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Capítulo 7 - Novela: Los Pesos Fuertes del Banco de Barcelona

Los Pesos Fuertes del Banco de Barcelona
Rafael López y Guillén


Capitulo Séptimo


     José Mansana padre estaba medio agachado, observando de cerca, atentamente, el formidable jarrón japonés de color blanco decorado con unas hojas verdes que ascendían.
     - ¡Qué preciosidad, qué precisión en el trazo! - le decía a su hijo que estaba al lado de pie, también observándolo, pero mirando alrededor al mismo tiempo.
     Estaban en el centro exacto del Pabellón Japonés de la exposición universal. Había quedado a las cinco. Sacó su reloj y lo miró; aún quedaban unos pocos minutos, pensó.
     Se apartó dejando a su padre con el jarrón y se desvió a un lado donde una cantidad de cajas decoradas le llamarón la atención, lacadas, de bambú, de maderas diferentes, de todos los tamaños y formas, incluso algunas eran rompecabezas, lo que le llamó la atención y se acercó aún más.
     - ¿Preciosas verdad? - le preguntó un hombre que había a su lado.
     Asintió con la cabeza varias veces José Mansana hijo.
     - ¿Odón ya conoces a mi hijo? - escuchó la voz de su padre a su espalda, por lo que se giró.
     - No, no tenía el gusto, estábamos admirando esta partida de cajas decoradas - contestó el hombre.
     - Mi hijo, José Mansana Terré. Te presento a Odón Viñals de la tienda Mikado.
     Se estrecharon la mano.
     - No tenía el gusto, ¿también es amante del coleccionismo japonés? - preguntó el hombre.
     - No, simplemente ordeno, etiqueto y clasifico la colección de mi padre, que por cierto es un buen cliente suyo. Desde que abrió ese establecimiento en 1885, mi madre no para de quejarse, pues ya no nos quedan espacios libres en casa - rieron todos.
     - Pues tendrá que hacer más sitio o buscar otra ubicación. Puesto que tengo intención de quedarme buena parte de lo que la embajada japonesa ha enviado y seguro que llegamos a un acuerdo - dijo el comerciante.
     - Seguro que sí. Los portes y la posibilidad de que se rompan durante el viaje es alta - contestó José Mansana hijo y luego se dirigió a su mentor. - Padre, te dejo en compañía de tu conocido, tengo que hacer unas cosas, vendré dentro de un rato - y tras decir eso, se despidió del hombre y fue en dirección a la salida que veía enfrente.
     Esta sería la primera vez que de nuevo se reuniría con sus compañeros. Siempre les habían citado de uno en uno, o de dos en dos, para explicarles cosas o solicitarles alguna tarea. Siempre había sido Carlos Pirozzini quien les daba las órdenes, pero ahora habían delegado en él, lo que considero raro.  Pensó que quizás Pirozzini se esté haciendo mayor y crea que seré su sucesor.
     Se acordó del último encuentro en común, la ceremonia donde realizaron el ingreso voluntario en la sociedad. Les citarón a las 17 horas en un número del Paseo San Juan. En un edificio con una enorme escalera que conducía directamente al piso principal, atestado de libros por todas las paredes, y que parecía una biblioteca, hasta en el olor.
     Un hombre le preguntó qué deseaba y sólo al mostrarle el billete de 50 pesos fuertes dejó el paso franco hacia el interior. Había una antesala también completamente llena de estantes con libros. La siguiente sala estaba igual de repleta, aunque con escritorios de lecturas y había unas veinte personas charlando entre sí, sentados tras las mesas dejando libres los espacios centrales. Entre ellos estaban con los que se habían encontrado el día anterior. Se sentó donde le dijeron, al lado de sus compañeros que ya habían llegado y que estaban igual de intrigados que él.
     Se puso de pie un hombre de mediana edad que estaba en la parte central. Dedujo que sería la cabecera y donde estaba la gente importante de la sociedad.
     Tocó dos veces una pequeña campanilla que había en la mesa para hacer silencio, cosa que logró de inmediato.
     - Buenas tardes señores, antes de comenzar con la sesión de hoy, queremos dar la bienvenida a nuestros nuevos socios. Por favor, póngase en pie y vengan aquí delante - indicó con la mano delante suyo, al otro lado de la mesa.
Nos levantamos los cuatro y fuimos donde se nos había indicado.
     Se levantó un hombre de un lado y trajo un libro consigo, se quedó de pie al lado nuestro.
     ¿Señor Juan Guillén Andrés jura por Dios no revelar jamás nada de lo que escuche, oiga o haga en nombre nuestro? - el hombre se acercó al nombrado y sujetó el libro, que ahora podía ver que era la biblia, pues estaba a su lado.
     Fuimos pasando uno tras otro el juramento y luego se nos dijo de volver a nuestros puestos.
     - Según vayamos hablando, nos iremos presentando para que estos señores también sepan quién somos. Mi nombre es Rosendo Arus y esta es mi casa, la cual presto en esta ocasión para esta reunión a petición de mi amigo aquí presente - indicó al hombre que había al lado suyo - puesto que solo soy simpatizante de la causa, estaré en calidad de oyente - aclaró.
     El señalado empezó a hablar.
     - Hoy además de la presentación de los nuevos miembros, tendremos un solo tema. Mi nombre es Juan Martorell y Montells, soy arquitecto - habló directamente hacia ellos al decir su nombre y ocupación. - Esta semana se ha comprado un gran solar en Barcelona de más de 12.000 metros cuadrados, para la construcción de una iglesia.  Conozco al promotor y espero que me sea solicitado ayuda por él. Está muy bien situado y en una parte llana. Ahora que ya tenemos un elegido, quisiera proponer si es el momento oportuno para hacer una gran donación o esperamos.
     - ¡Sin duda hay que esperar!. Aún no estás en el proyecto Juan - se había puesto de pie un hombre de la banqueta de enfrente que no se anunció.
     - Yo también opino lo mismo - el italiano, que estaba junto al hombre que había hablado también se levantó. - Esta vez se giró hacia ellos. - Me llamo Carlos Pirozzini, soy profesor de historia del arte en la Escuela de la Lonja.
     - ¿Alguien opina que lo hagamos ahora? - preguntó Juan Martorell, se hizo el silencio. - Pues entonces dejamos para más adelante este tema.
     - Tengo en la habitación contigua unos refrigerios para que demos la bienvenida y conozcamos a estos muchachos - finalizó el dueño de la casa.


     Salió afuera del pabellón y abajo de los escalones vio a los tres compañeros a los que había citado y que hablaban entre sí. Descendió los tres peldaños con rapidez.
     - Ven raudo que nuestro amigo el marquesito nos quiere dar una noticia y te estaba esperando para narrárnosla - dijo Juan el periodista.
     Comenzó a hablar el citado, poniéndoles en escena.
     - Ayer, la reina regente presidió una comida para los invitados de las distintas casas reales que habían venido a la ceremonia de inauguración, diplomáticos y otras personalidades. En el aperitivo previo, estuvo dirigiéndose a sus compatriotas austríacos, y a nuestro "Comité de los Ocho" y a sus colaboradores. Y nos felicitó personalmente. Junto a ella le acompañaba Sagasta, y cuando este me dio la mano me habló, - con usted, Marques de Marianao, tenía intereses de hablar- y sin soltarme de la mano, levantó la vista buscando a alguien hasta que lo encontró. Alzo la copa de champan para brindar a lo lejos con él, y el interpelado hizo el mismo movimiento alzándola, por lo que vi quien era. - Juan Cañellas y Tomás me ha hablado mucho y muy bien de usted - Volví a mirar al nombrado y repitió el gesto ahora en mi sentido y me hizo un guiño. Recordó que hace un año fui testigo en su boda, estando de luto los novios, ya que el hermano de la esposa Antonio Ochoa era uno de sus amigos íntimos. Volví la vista hacia el presidente del gobierno, Sagasta, a ver qué me quería decir.
     - Sería un gran honor para nuestro Partido Liberal, que tuviésemos en nuestras filas a un aristócrata como usted señor Salvador Sama y Torrens. No tenemos muchos afines de su posición. Cañellas me ha dicho que le podría ayudar en la provincia de Tarragona donde usted dispone de varias propiedades. Más adelante, veríamos como podría ayudarnos aquí en Barcelona. ¿Puedo contar con su ayuda?.
     - ¿Le dirías que si, verdad?, te lo estaba pidiendo el Presidente del Gobierno de España, Práxedes Mateo Sagasta, fundador del partido. - solicito respuesta Juan, al que todos sabíamos que le gustaba ese partido alternativo al del Conservador Cánovas al que pertenecía actualmente el marqués y que le pedían que abandonase con esa invitación. 
     - Por supuesto - respondió el marqués.- Eso sí, no le dije que los cuatro discursos que había dado en estos dos últimos años, me los había escrito Pirozzini, mi mentor como prometió en nuestra iniciación, dándome una instrucción.
     - Precisamente por él, por Carlos Pirozzini os he citado aquí - dijo Mansana, atrayendo la atención de sus amigos. - Me contó que ayer en la inauguración vio como un gallego le dio un papel, delante suyo, al Alcalde, y le advirtió de un gran peligro que según dijo, se iba a producir durante la exposición. Rius y Taulet a su vez se lo entregó al representante de las fuerzas públicas que estaba allí, pero no le gustó - comenzó a explicar Mansana.
     - Ese gallego, ¿no será el amigo de Eugenio Rufino Serrano verdad? Ayer me lo encontré yo también, me dijo que colabora con Serrano preparando la exposición de Paris del año próximo. ¿Se llama Juan Sousa? - preguntó el periodista a Mansana.
     - No me dijo el nombre, ni yo lo conocía, pero puede ser. Habría que ir a hablar con él e intentar averiguar que ponía en ese escrito - le respondió sugiriéndoselo.
     - De acuerdo, yo me ocupo de eso - y prosiguió el interrogatorio que todos querían saber - ¿Pero donde en la ciudad?, ¿en algún pabellón?, ¿en algún acto?.
     Todos miraban al que les había citado, que tampoco sabía mucho más.
     - Solo se que Pirozzini me pidió que nosotros, los últimos seleccionados, nos preocupáramos del asunto - finalizó tras parar un segundo - Que no podía pedir nada de ayuda a la sociedad.
     - Ya sabemos que no tiene nada que ver la exposición con nuestra sociedad, pero cien ojos ven más que cuatro - dijo Muntadas con razón.
     - Cuando ese gallego Serrano, dijo en 1885 que quería hacer una exposición en Barcelona, y el ayuntamiento le cedió el terreno de la Ciudadela, se ganaron un gran enemigo con nuestro amigo y socio Josep Fontserè, pues le quitaron el trabajo que llevaba efectuando desde 1875. Y luego cuando se enteró en 1886 que Pirozzini estaría junto con algunos miembros más de la sociedad, en el Comité de la Exposición, se enfadaron entre sí, estalló la guerra interna. Que si él había ayudado al elegido, que le había dado trabajos, que él se había ocupado de que se fuera el arquitecto Francisco de Paula, dándole detalles técnicos y propuestas a Juan Martorell para ello, haciendo poner en su lugar al elegido para hacer ese gran templo que todos llevaban años soñando - finalizó Mansana para todos.
     - Algo sabíamos, pero quizás no tanto -añadió Juan el periodista. - Yo sí que presencié una discusión cuando el dinero de la donación a la construcción del templo. Algo antes, en 1883 si entregábamos todo el capital, la sociedad solo contaría con los billetes que tenemos cada uno. Pero si esa persona, que no se quería presentar, quintuplicaría nuestra aportación también anónimamente, nos obligaba a ponerlo todo encima de la mesa y entregarlo, cosa que se hizo anónimamente en un solo pago del total.
     - A mí lo que me gustaría, habría sido estar presente cuando le dijeron a Antonio Gaudí que podía hacer un nuevo diseño pues ahora contaban con muchísimo dinero. Martorell debió decírselo seguro. Un día se lo preguntaré. - ahora hablaba Salvador Sama el marqués de Marianao.
     - Bueno, no nos desviemos del asunto - volviendo a plantear el problema Muntadas - Pirozzini quiere que pensemos en todas las cosas, y hay muchas. Propongo que ya que estamos todos aquí, nos repartamos los diferentes pabellones y, al mismo tiempo que los vemos, pensemos de otra forma. - Señaló con el dedo al cielo - lo primero que he pensado es en ese globo que subirá y bajará a gente para ver la exposición y la ciudad desde lo alto. Ahí una carga explosiva haría un gran daño tanto de personas, como de imagen a la exposición generando inseguridad. Ahora mismo voy a ir para enterarme de que medidas de seguridad tienen. Mañana por la tarde nos podríamos volver a reunir para continuar hablando, ¿os parece bien?.
     - Como se nota que estás acostumbrado a dar órdenes a tus empleados - dijo Juan Guillén Andrés jactándose, lo que provocó que todos rieran, ignorantes del peligro que podría ocurrir.
     Mansana continuó con su idea - De acuerdo, pero, para no repetirnos, yo iré al pabellón de las máquinas y al de las bellas artes.
     Se adjudicaron los distintos pabellones y se citarón de nuevo al día siguiente.
     Tras despedirse de ellos, Mansana volvió a subir los escalones para regresar junto a su padre. Mientras los ascendía pensaba en Carlos Pirozzini, que le había dicho que él debía de ejercer de líder en el grupo, aunque veía más madera para ello en Matías Muntadas, más acostumbrado que él a dirigir a sus empleados en los telares, que él que aún estaba bajo la sombra de su padre, que no tenía bastante y había adquirido recientemente más fabricas de gas, la del Ferrol y la exclusividad en Sevilla.
     Le vino a la cabeza, un detalle del pasado al hablar en 1885 con un viejo cobrador de recibos, que recordaba que siempre le daba caramelos cuando iba a ver a su padre y él siempre que le veía sentado en su mesa se acercaba a saludar, y que casualmente al preguntarle como tenía los recibos atrasados, su respuesta fue.
     - El que nos debe todo este año 85, es ese Serrano, el que se ocupa de la exposición, que me dice que sí, pero no me paga.
     Eso le hizo pensar y se lo comunicó a Pirozzini, ¿cómo iba a funcionar bien?. Si no pagaba el gas, seguro que tenía a más de uno endeudado. Todo el dinero seguro que lo estaba invirtiendo en la exposición, ¿pero como sería y consentirían todos sus proveedores en acabarla sin cobrar?.
     Esa duda tras planteársela a Pirozzini, hizo que este a su vez se la explicará a su vez al recién reelegido alcalde por cuarta vez ese mes diciembre de 1885, Francisco de Paula Rius y Taulet, que había sido quien había aceptado de Serrano la oferta de organizar la exposición de 1887 en Barcelona, aunque no se las veía aún ni medio acabada. Ya se criticaba anónimamente y cobardemente, lo mal que iban las obras, habladurías del pueblo y de las malas personas, que no se llegaría a tiempo, que sería un fiasco, que Barcelona sería considerada una mala ciudad que no cumplía, sin hoteles dignos suficientes para esa posible avalancha y con muchas de las calles impracticables cuando llovía. Por eso le quito la exposición a Serrano y creó ese grupo: el comité de los ocho, para que solventaran todos los problemas y mejorarán lo que tuviera que mejorarse. Él, como alcalde, ya encontraría un modo económico de compensar el consistorio a Serrano por el dinero gastado. Y con eso se consiguió otro año más, esta vez en serio, con fecha firme, aunque para variar sin ayuda económica del gobierno central. El visto bueno por supuesto que lo tenían, y una vez acabado, bien que habían venido a la inauguración el rey y la reina madre, y prácticamente todo el poder político de la capital.


    
          

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