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Capítulo 6 - Novela: Los Pesos Fuertes del Banco de Barcelona

Los Pesos Fuertes del Banco de Barcelona                    
Rafael López y Guillén

             SEGUNDA PARTE                             Barcelona 1.888

               Capítulo Sexto                     




          Juan Guillén estaba de pie, frente a un semicírculo de sillas alrededor del escenario. Habría unas seiscientas o setecientas personas sentadas, calculó mentalmente tras observar que había unas quince filas. Se encontraba de espaldas al tablado cuando escucho un estruendo. Sacó su reloj de bolsillo para mirar la hora. Eran las dieciséis horas del 20 de mayo de 1888 y estaba en la ceremonia de inauguración de la exposición.
         - ¡Son salvas en honor del rey!. Las lanzan desde el Castillo de Montjuic. Desde los barcos que hay en el puerto - explicó a María Eugenia que le preguntaba con la mirada. Qué guapa que estaba. Ese día se habían puesto sus mejores galas. Ese traje gris perla resaltaba con la negrura de sus cabellos, ese tocado hacía que fuese mirada por muchas mujeres colindantes, y él, su esposo, al ponerse de pie había atraído aún más miradas.
         Miró hacia un lado, donde estaba la prensa e hizo una seña cuando se cruzó con la mirada de su compañero, Federico Rahola. Quien cubría el acto para La Vanguardia. Éste que estaba de pie, al acercarse a los asientos donde estaba Juan, fue parado por un vigilante que le impedía el paso. Hizo gestos y ambos miraron a Juan, que hizo señas para que le dejase acercarse. Bajó el vigilante el brazo y le dijo algo al oído. Juan suponía que le habría dicho que se diese prisa.
         El bullicio era atroz en la gran sala del Palacio de Bellas Artes donde estaban.
         - ¿Sabes algo? - preguntó Juan acercándose al oído y elevando la voz para que le escuchase.
         - Hace un rato han venido a decirme que ya han llegado la reina regente María Cristina y su hijo el rey Alfonso XIII, supongo que estarán de camino hacia aquí, pero debe de haber mucha gente fuera - respondió.
         - ¡Gracias Federico! - Agradeció la información, el hombre deshizo lo andado, volviendo a molestar a la fila por donde se le había acercado, y vio a un hombre al que reconoció quejándose al pasar el periodista. Aunque lejos le distinguió, Juan Sousa. Esa misma mañana, hacía un rato, le había dirigido unas palabras, cuando estaba enseñándole a María Eugenia el arco que servía para entrar a la exposición.
         - Mira, ves, en la curva del arco están los escudos de las cuarenta y nueve provincias de España, y en medio a lo alto, a treinta metros, por supuesto el de nuestra Barcelona - señaló con la mano.
         - ¡Buenos días señor Guillén!¡Señora! - un hombre se les había acercado y les saludaba con poca holgura descubriéndose el sombrero al mismo tiempo que soltaba el monóculo que aguantaba en el ojo. En ese momento, pasaban por debajo muchos visitantes. - ¿Ya se ha enterado? - le preguntó a Juan.
         - Si, ayer me lo dijeron, que va a traer el año próximo a Búfalo Bill y su espectáculo a Barcelona - replicó de no muy buenas formas, agobiado como estaba por la muchedumbre que cada vez les iba apretando más.
         - Como sabrá, ayudo a Eugenio Serrano en la próxima exposición de Paris en 1889. Para cuando acabe, hemos organizado un tour por varias ciudades europeas - explico.
         - Lo siento, así no podemos hablar, ¡ya nos veremos! - Apretó un poco más a María Eugenia para pasar rápido por debajo del arco que hacía de entrada y poderse poner a un lado. Quería dejarlo lejos. No le gustaba ese liante, un aprovechado, al que solo le interesaba su interés personal y su dinero, por supuesto.
        
         Se volvió hacia el escenario. Allí estaba el trono vacío, un gran trono para un rey de dos años y al lado, otro para la reina regente. A su lado un asiento para el Alcalde de Barcelona, que permanecía de pie ante él, Francisco de Paula Rius y Taulet, se veía nervioso moviéndose, balanceándose de un lado al otro, supuso que estaría repasando mentalmente el discurso que tendría que dar. Al otro lado, otra silla, está vacía, que sería para el Presidente del Consejo de Ministros, Práxedes Sagasta.  Juan supuso que estaría acompañando al rey y a la reina regente por el periplo en el interior de la exposición, seguro que lleno a reventar, pues encima hacía un buen día.
         En una esquina del escenario, un grupo de hombres hablando entre sí. Los conocía a todos, les habían puesto hasta un nombre 'El comité de los ocho'. Además del alcalde, lo componían: Manuel Girona, Elías Rogent, Manuel Duran y Bar, Jose Ferrer y Vidal, Luis Rouvière, su amigo Claudio López, tras la muerte de su padre Marqués de Comillas, y Carlos Pirozzini.    
         Sonrió al recordar cómo conoció al italiano.  Hacía ya siete años en la sala de reuniones de la Cia. de Tabacos de Filipinas.

         - Señores - él mismo se sorprendió al levantarse, no había podido aguantarse más y había comenzado a hablar; prosiguió - les agradezco todas las explicaciones que nos estén dado, seguro que mis compañeros de lado de la mesa piensan lo mismo, también les doy las gracias por no darnos detalles de la vida en esclavitud, pero no entiendo en que puedo yo estar involucrado en todo ello, ¿y supongo que a ustedes les ocurre lo mismo? - lanzó esta pregunta mirando a sus acompañantes de asientos, que hacían gestos de que les ocurría lo mismo.
         - Señor Juan Guillen Andrés - ahora hablaba el único que aún no se había manifestado, con acento italiano le pareció a Juan - y todos ustedes, - les señaló con el dedo de la mano derecha - han sido seleccionados uno a uno, por unas series de razones: primero que sean serios y honestos; segundo, que tengan un buen corazón y hayan realizado algún acto que nos ha llamado la atención, y tercero, porque creemos que nos pueden ayudar y nosotros a ustedes. Por favor dejen que prosigamos exponiendo quienes somos - pidió y señaló al hombre que estaba a su lado para que prosiguiera, haciendo un gesto con el dedo dando vueltas.
     - Como decíamos, antes de esa 'falsa' conspiración, lo único que había era un compromiso entre los más opulentos en todas las colonias españolas. incluidas las de Sudamérica, de que a su vuelta a sus ciudades de origen donarían dinero para causas benéficas, para construir colegios, o para hacer aquí lo que habían aprendido allí. Así hizo Miquel Biada que vio y participó en la creación de la línea de tren La Habana - Güines. Al volver, aunque no lo viese en funcionamiento pues murió el mismo año en que se puso en marcha en 1848, creo la línea Barcelona - Mataró. Eso sí, hizo lo que se decía en el pacto no escrito, decirlo anticipadamente. - Hizo una pausa. - Eso se hacía porqué tampoco se fiaban entre sí, y al menos, si lo decías públicamente, lo realizarías.
     Las epidemias, las condiciones que cambiaban y las constantes independencias que se iban alcanzando, hicieron retornar a muchos. En el Círculo Catalán en La Habana, unos cuantos, cuyos hijos habían ido a universidades de todo el mundo, pensaron un poco más y se atrevieron a crear un grupo que siguiera a aquellos que retornaban, y les obligarán a cumplir su palabra, y además qué en ese grupo habría gente mejor que ellos, que simplemente habían conseguido hacer fortuna, muchos sin educación. Así entre varios de esos hijos crearon esta llamemos sociedad, que además fue secreta, para que nadie les pudiese pedir cuentas, ni siquiera los creadores. Se les proporciono una cantidad elevada de Pesos Fuertes, para que también fuesen económicamente independientes y realizaran lo que ellos, más preparados, quisieran.
     Ahora se puso de pie el italiano y salió de la mesa  acercándose a mirar a la calle. El que hablaba hasta entonces había callado y el silencio estaba en el aire.
     - ¿Qué creen ustedes que pensaron en ese grupo de elegidos? - dijo girándose a mirarles.
     Nadie, ninguno de los cuatro hombres respondía, algunos se encogían de hombros, otros permanecían imperturbables.
     - Pues que ellos tampoco sabían mucho. Si, habían estudiado, pero no tenían don alguno. Habría que buscar a gente 'especial' y darles a ellos la oportunidad - respondió sentándose de nuevo en su sitio.
     Continuó desde allí. - Busquemos a gente que destaque en las artes: música, literatura, escultura. Escogieron a unos cuantos y se les planteó lo mismo, que pensarán. Y al mismo tiempo, sin saberlo, empezaron a plantar la idea: algo que dure en el tiempo, que se vea de lejos, que destaque, que sea bello, como las pirámides egipcias que tienen miles de años y aún están ahí, el coliseo de los romanos. - paró de nuevo para que digirieran lo hablado y prosiguió.
     - Ese grupo fue continuando con el seguimiento a los indianos españoles que regresaban. Ya tenían una marca, un símbolo que cuando lo enseñaban en una carta, los indianos reconocían y acataban. Nadie dudaba de su existencia, se lo habían mostrado antes de su salida. Una vez que alguien prometía algo en público, recibía una misiva para comunicarle que lo seguirían para su cumplimiento- se detuvo una vez más mirándolos.
     - Ese grupo de pensadores, decidieron que sería algo tangible, una gran construcción de piedra, un símil de las pirámides, sería un templo, pero mejor que una catedral, debía ser esplendoroso y reconocible. Entre ellos nadie se atrevía a decir nada de lo que harían - otra vez se hizo el silencio y la expectación para que prosiguiera.
     - Pues busquemos a ese maestro de obras, a ese arquitecto, y le ayudaremos. Decidieron entre todos. Pero debemos de proseguir con nuestro seguimiento, hagamos que ellos prueben a esos maestros de obras que veamos que destacan - acabó la frase y se puso en pie, acercándose a la chimenea para apoyar su espalda en ella, se cruzo de brazos sabiendo que tenía la atención y la mirada de todos.
     - Tenemos personas influyentes en muchos lugares, no solo aquí. Nosotros hicimos que se le concediera a Cerdá el concurso de remodelación de Barcelona, pues una voz amiga se lo hizo ver a la Reina Isabel II, que con ese plan muchas más personas se verían beneficiadas de la nueva urbanización que sería mucho más saludable. Pensábamos que era él el elegido, pero no, lo vimos con la fiebre del oro unos años después.
     Se separó de la chimenea.
     - Señores, les comunico que le hemos encontrado. - todos tenían la cara de estupefacción y se miraban unos a otros, indecisos.
     Se acercó a la mesa y se apoyó en ella poniendo ambas manos encima.
     - Ha ido pasando el tiempo, algunos nos han dejado, otros se han ido, y cada año proponemos candidatos por cada vacante. Les ha tocado a ustedes este año. Espero que quieran formar parte de nosotros, si no es así, si alguno lo desea, - hizo un gesto con la mano hacia la puerta- puede abandonar esta habitación en este momento, y solo le rogaremos que sea comprensivo y discreto por siempre. Lo siento pero ahora es una amenaza de verdad: o se arrepentirá. No he dicho nada malo, pero también tenemos personas que no son tan buenas, y les castigarán por nosotros. 
     Todos los candidatos nos mirábamos, no pensábamos que fuésemos especiales, pero ahora nos lo estaban diciendo, quien sería el idiota que renunciaría a pertenecer a este grupo.
     - Bien, puesto que ninguno se levanta, asumo que se nos unirán. Habrá una ceremonia para certificar la aceptación. Mañana en sus casas recibirán otro sobre indicándoles dónde y cúando. - acabo y los examinadores empezaron a levantarse.
     - Pero no nos lo van a decir, ¿quién es ese elegido? - preguntó el marqués, el más joven de todos.
     - Usted ya lo ha visto y tendría que reconocerle, pues ha trabajado en su jardín, fue el que diseño la Cascada del Parque de la Ciudadela.
     - Si, yo también la he visto, esa cascada es preciosa - comenté imprudentemente. 
     - Pues usted Señor Guillen, además ya ha palpado su obra, pues se ha sentado en los bancos que hizo en la capilla de Comillas.
     - ¿Los dragones esculpidos en la madera son de él?.
     Asintió el italiano con la cabeza.
     Rápidamente su cabeza viajó a Comillas. Recordó que eran un regalo del cuñado del Marqués de Comillas. ¿Cómo se llamaba ese hombre?, le vino su nombre y lo dijo en voz alta - Eusebio Güell.
     - Efectivamente, ese hombre pertenece a nuestro grupo.  Él fue quién lo descubrió en París en la exposición de 1878. Se acercó a ver unos guantes que había expuesto un comerciante de Barcelona y le llamó la atención el armario donde estaban expuestos. Quedaron para que le presentase al artesano que lo había hecho a la vuelta de ambos.
     Ahora se dirigió a otro.
     - Señor Mansana, seguro que usted también se ha fijado en la farola de seis brazos de la Plaza Real. Esta fue una petición que realizamos al ayuntamiento de Barcelona a través de uno de nuestros miembros y todos quedamos encantados.
     - Por supuesto, una maravilla, hasta en el tema: el casco con alas dedicado al dios romano mercurio, del comercio. ¿Y esas dos serpientes?. No las he entendido nunca y nadie me lo ha sabido explicar.
     - Eso se llama Caduceo, también es un símbolo del comercio: dos serpientes enroscadas ascendentemente y con alas, y también tiene otro significado: el número ocho, que es nuestro número perfecto; es el número de la justicia y de muchas más cosas, como nuestro símbolo la rosa de los vientos. Ya les explicaremos más cosas, no se preocupen.
     - Perdonen - ya estaban todos de pie - no entiendo en que puedo servir yo, solo tengo una empresa que hace telas.
     - ¿Y yo?, soy periodista - comentó Juan.
     - Pues menos lo entiendo yo, ¿para qué nos quieren exactamente? - preguntó el marqués.
     - Cada uno tiene cualidades, hay que pulirlos, nosotros le ayudaremos a ustedes, y viceversa -respondió.
     - Do ut des - dijo en latín el hombre más anciano - Doy para que me des - aclaró.


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